LA DISTANCIA MÁS CORTA ENTRE EL HOMBRE Y SU VERDAD ES UN CUENTO.
SABER LEER. SABER ESCUCHAR.
(Marcel Ossandón N.).
Mi Abuelo era un gran aficionado a la lectura,
poseía una biblioteca con una cantidad innumerable de libros, volúmenes
y artículos, en la cual se podían encontrar todo tipo de materias, y
constituía para él un tesoro invaluable más allá de lo material. Pasaba
muchas horas tanto en la lectura como en ordenamiento de tantos libros
que la contenían. Cuando yo era pequeño mis visitas a su casa no eran
muy frecuentes, sin embargo me encantaba aprovechar ese tiempo
acompañándolo en su biblioteca cuando se podía.
Él decía “Un libro,
es un recipiente de conocimiento que puede ser utilizado de diferente
manera”. “Imagina que cada uno de estos volúmenes es para que te los
comas, para que ingieras y te nutras de su contenido”…“Lo más importante
en nuestra vida es saber leer”.
Todo lo que mi abuelo decía me
sorprendía; no comprendía cómo es posible una comida de tal naturaleza.
Además que pensaba en la injusticia tal de aquellos que no sabían leer o
se encontraban imposibilitados de un aprendizaje para la lectura. Mi
abuelo veía mi asombro y me decía: “Así como son las cosas, en los
mismos libros, nada es tan absoluto y preciso en la vida misma”. “Todo
lo que contienen estos volúmenes es relativo, y su comprensión hasta en
lo más básico dependerá de muchas circunstancias”. “Por ello el orden
que le he dado a mi biblioteca no lo encontrarás en ninguna otra”.
En efecto, él le daba a su biblioteca un orden especial a los volúmenes,
que solo él comprendía, aparentemente no era un orden “lógico” ni
estructurado a modo de clasificaciones establecidas. Yo solo podía
entender el orden que le daba, como en grupos de acuerdo a su
“contenido” y considerados por él así, unos como meramente informativos,
otros igualmente informativos pero teñidos de subjetividad, como él
entendía esto, y otros definitivamente “objetivos” para él y que gozaban
de un espacio especial en su biblioteca. Y en ese orden incomprensible
para mi en su significado, el grupo que él llamaba “objetivos” incluía
obras tales como el Quijote de la Mancha, la Divina Comedia, las novelas
de Shakespeare y Poe, junto con el Bhagavad Gita, la Biblia, el Corán y
los cuentos de nasrudin, Cortázar y Christian Andersen… por decir
algunos, ya que además se encontraban todo tipo de artículos e incluso
recortes de diarios santiaguinos de diferente época.
Debo señalar
que no me cabe duda que los “eruditos” lingüísticos y gramaticales de
nuestros tiempos lo tildarían de ignorante, por tal incomprensible
“ordenamiento”. El se refería a ese grupo de su biblioteca como la
“sección de cuentos”. Me decía: “Sí, así es, todos estos son cuentos,
pero primero se tiene que aprender a leer para separar los “cuentos”,
que son los relatos verdaderamente objetivos”.
En una oportunidad, le pregunté: “abuelo, ¿Qué es saber leer?” “¿Cómo puedo aprender a leer bien?”...
Me dijo: “Para saber leer bien, debes saber escuchar bien” “cuando lees
debes silenciarte, necesariamente necesitas tu silencio para “escuchar”
lo que un verdadero cuento te dice”…
“Abuelo… y que me dice un cuento”… pregunté,
Mi abuelo me miró fijamente y dijo: “el cuento es un relato tan bien
estructurado y con “substancia” que puede ser el relato de ti mismo y de
tu vida, es un lenguaje mágico para que te veas”.
“Pero abuelo”,
respondí. “Como puedes decirme que mi vida es como un cuento. ¿Que acaso
puedo ser un gran héroe o un príncipe convertido en sapo? … ¿Qué debo
encontrar en los cuentos?”… “eso no te lo puedo decir”, respondió,
“eso haz de “escucharlo” por ti mismo, más con el corazón que con la
cabeza. Solo te puedo decir lo que con ellos pude comprender y aprender:
“LA DISTANCIA MÁS CORTA ENTRE EL HOMBRE Y SU VERDAD ES UN CUENTO.”.
Si pudiéramos mirar imparcialmente nuestra vida, sería un cuento más en
su contenido, pero su lectura acarrearía ineludiblemente la comprensión
de que ha sido un cuento. Mi abuelo tenía claro lo que era un cuento, y
su ordenamiento totalmente único de su “biblioteca” fue el resultado de
su capacidad de “saber leer”. Un “saber leer” que él empleaba en todo,
ya que consideraba la vida misma como el Gran Libro de cual se nutria
momento a momento.
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